martes, 1 de marzo de 2011

5. 4.- SUJETOS Y MEDIOS PARA SALIR DE LA CRISIS:

Viene de 5.3 Propuestas para el Debate. Izquierda Socialista de Jerez.


Francisco Piniella. PSOE-Andalucía/Cádiz

En primer lugar quisiera agradecer a las compañeras y compañeros de Izquierda Socialista su invitación a estas Jornadas y, en concreto, a esta Mesa Redonda sobre los sujetos y los medios para salir de la crisis. Mi agradecimiento, muy especial, también al compañero José Antonio Pérez Tapias, que en cierto modo ha sido el que me ha propuesto para este debate, que yo centraré especialmente en el tema de la comunicación, y en particular, de la comunicación como elemento esencial para el nuevo socialismo del siglo XXI.

He buscado una frase con la que empezar esta intervención, una frase muy actual que dice: “la verdad debe aparecer siempre clara y desnuda” Sin embargo le desvelaré a ustedes que esta frase tiene ya más de doscientos años y es de una carta que escribió el revolucionario francés Gracchus Babeuf al ciudadano Fouché de Nantes, el conocido Manifiesto de los Plebeyos. Pero me parece tan actual que entra de lleno en la primera de las apreciaciones que yo haría a la hora de hablar de comunicación política, en el sentido de clasificar o de separar, por una parte la que pudiéramos denominar “verdad mediática” y de la otra, cualquier análisis histórico, científico, riguroso que hagamos.

1. De la verdad mediática a la democracia mediática.

Dicho esto podíamos comenzar con las diferencias fundamentales que se han producido a lo largo de la comunicación del ser humano. Yo me quedaría con el primer momento en que un cazador llega a la cueva y comenta entre su familia lo que le ha ocurrido, toda la comunicación es interactiva, real, se detectan los gestos de quien cuenta la noticia, el esfuerzo realizado, se interpela al protagonista con preguntas. La verdad esta clara y desnuda o al menos se percibe directamente.
La revolución y universalización de los medios de comunicación han generado curiosamente, un déficit de comunicación real. La comunicación es anónima, a distancia, no existe conexión en tiempo real entre el comunicador y el comunicado. Los grandes medios tienen una gran capacidad para generar escenarios teatrales cuya relación con la realidad dista mucho de ser objetiva. Los medios de comunicación se sitúan como hacedores de líderes o como verdaderos leñadores de todo aquello que no entra dentro de sus intereses. Los medios construyen un lenguaje social específico, que hace cambiar nuestras percepciones sobre la sociedad y nuestras relaciones con los demás. El medio genera opinión y la opinión modifica las políticas, en este círculo se dificulta cualquier control democrático porque sencillamente lo irrelevante pasa a ser relevante y lo realmente importante deja de ser motivo de interés para nuestros líderes políticos. Los medios de comunicación ocupan el espacio público del debate y el control de los medios se convierte en un arma estratégica de poder.
Cuando enfocamos la comunicación como marketing político, esta pasa a convertirse en una tapadera de las carencias de nuestros líderes: se venden proyectos y soluciones como hacían los vendedores de elixir en el Lejano Oeste. La comunicación, en estos casos, tiende a narcotizar la poca capacidad que ese gobernante tenga para cambiar la sociedad, generando divertimentos entre posturas que en la mayor parte de los casos no son tan diferentes, ya que en ambas se limitan a seguir los dictados de los influyentes poderes económicos, alejados del más mínimo control democrático. La propaganda mediática genera igualmente, un lenguaje político diferente, vulgar, simplista, sectario, agresivo,… así nos encontramos con el modelo generalizado de “político charlatán”, nada fiable para el ciudadano como así consta en los diferentes estudios que se realizan al respecto.
Es evidente que este planteamiento supone una verdadera crisis ya no sólo del sistema económico sino, fundamentalmente, del sistema político, como recientemente dijo el compañero y profesor Ramón Vargas Machuca: la gravedad de esta crisis se mistifica especulando sobre una supuesta “democracia mediática” que tiene mucho de falsa salida o de solución imaginaria.
Por poner una gota de esperanza en este asunto, tendríamos que subrayar que en los últimos años se detecta una cierta mudanza en la comunicación política a partir del fenómeno de “la comunicación 2.0”, factible gracias a la progresiva universalización del acceso a Internet y de la popularización de redes sociales basadas en el intercambio comunicativo y donde los principios fundamentales son la interacción, la colaboración y la horizontalidad. No se necesita ya ser un programador para tener y mantener un espacio en la red, bastan minutos para poner en marcha un blog, o darse de alta en cualquiera de los espacios existentes de carácter social: facebook, twitter, myspace, twenti,…
Es muy ilustrativa la frase que dice que el actual Presidente Obama seguiría siendo un joven senador de Illinois de nombre gracioso si no fuera por la existencia de Internet, pero también es verdad que Obama no es solo un producto mediático, sino que además, como ha dicho algún analista, es la persona que ha ayudado a bailar a su tribu (help your tribe sing), y esa es hoy una de las claves de su liderazgo.
Joan Subirats dice que los nuevos instrumentos tecnológicos permiten una diversificación y democratización desconocida en la esfera de comunicación social, y eso es precisamente lo que puede engarzar con una esperanza de cambio en el panorama de la comunicación y sobre todo de una opinión pública que tiene el anhelo de controlar los poderes invisibles que rigen la mayor parte de sus destinos. No podemos negar que la comunicación 2.0 ha generado en la mayoría de la población mundial, el deseo o la necesidad de expresarse dando a conocer de esta manera su visión del mundo, revindicando a la vez sus especificidades individuales y su pertenencia a grupos socio-culturales diversos y en constante evolución.

2. La verdad clara y desnuda.

Retomando la frase inicial de Gracchus Babeuf, hoy día desgraciadamente lo normal, lo habitual, lo fácil, es jugar al control de los medios sin aspirar a controlar la realidad. En estos días en que se habla de los problemas de comunicación de nuestro Gobierno, de las pugnas con grupos empresariales de comunicación, parece que ese es el verdadero problema. Los análisis que se realizan de la situación sitúan el centro del debate en cuestiones, a mi modo de ver, superfluas, ya que están basadas en las herramientas, en el vehículo del mensaje (en la estrategia de comunicación pública ) no en el fondo del mismo. Podemos llevar la solución por esos derroteros, dedicarnos exclusivamente al envoltorio del discurso sin entrar en el paquete que vendemos a los ciudadanos, pero no eso lo que se espera de nosotros.
Por ello me resisto a hablar en esta mesa de que si el Presidente o el Gobierno improvisan su discurso, que si no es claro, etc.; todo esto es parte del circo donde normalmente las ideas quedan relegadas al enfrentamiento de sectarismos simplificadores, jaleados por uno poderes mediáticos aparentemente los nuestros contra los otros.
La verdad clara y desnuda solo puede surgir de un análisis histórico y científico de la situación de la crisis, donde se pone de manifiesto la contradicción básica del Capitalismo como sistema económico, social e incluso político: obtener rentabilidad para funcionar pero deteriorando las bases que generan esa misma rentabilidad. El capitalismo es por esencia, autodestructivo, porque además la producción solo es importante en base a la rentabilidad económica y no cuando la sociedad lo demanda.
Haciendo un breve repaso a la Historia nos encontramos que ha existido un período excepcional en los países occidentales, después de la Segunda Guerra Mundial, donde hemos disfrutado de una onda larga expansiva con el resultado de fuertes concesiones en la mejora de las condiciones de trabajo. Pero este período tuvo unas características que no se volverán a dar de forma conjunta, entre ellas la existencia de un modelo en la Europa comunista que facilitó lo que se llamó la sociedad del bienestar, alimentada del miedo de los poderes porque se reprodujera la revolución social contagiada desde el Este. De esta manera triunfó un modelo en el que cuajó la socialdemocracia de los países del Norte de Europa. Y todo parecía ir bien hasta que empezó el modelo keynesiano a hacer aguas con las crisis bursátiles del año 1970 y la crisis del petróleo de 1973. Al final la crisis de nuevo, el capitalismo volvía a ser autodestructivo.
Se sacaron, como sabemos, ideas nuevas, o desempolvaron ideas viejas desechadas en el mundo universitario y de pronto alguien decidió la mano dura para salir adelante. La típica huída hacia delante de la que el capitalismo siempre ha hecho gala en la Historia. Sacaron las teorías de Milton Friedman y Von Hayek para justificar con el consentimiento y bendición de instituciones internacionales como el FMI o el BM: la desregulación y privatización de los servicios públicos y la apertura al exterior de los capitales y las mercancías.
La caída del muro de Berlín hizo innecesario el miedo a la revolución, los sindicatos fueron aniquilados o funcionarizados, convirtiéndose en cómplices de la pérdida de los derechos laborales y el propio modelo socialdemócrata tendió a fórmulas social-liberales. En cierta manera el neoliberalismo de fin de siglo XX y principios del XXI ha sido una de las mayores derrotas de la clase trabajadora. Para al final el propio sistema empezara, de nuevo, a denotar síntomas de autodestrucción: el crash, la locura neoliberal.
Todo empezó a dar síntomas de que el sistema esta basado en un equilibrio ficticio. Entre 2000 y 2007 la producción crecía entre el 3 y el 4%, mientras que la vivienda o el mercado bursátil disparaba la ratio entre el 15 y el 20%. Como ocurre cuando el agua no se acota, ésta busca el camino más fácil: el capital industrial fluía hacia la actividad financiera, se generó un mercado internacional de compra-venta de productos financieros, que entraban y salían de los países como si nada (crisis asiática de 1997) y los recursos, además se concentraban en grupos reducidos de bancos, seguros, fondos de pensiones. Con ellos llegaron las hipotecas basura, la burbuja era más y más grande. Al final, como siempre, el dinero público fue a poner lo que hacía falta para mantener el sistema intacto, preparado para un nuevo crash. Las sucesivas reuniones del grupo de los poderosos no ha remediado los problemas estructurales ni si quiera se ha atrevido a acotar los paraísos fiscales.

3. ¿Qué hacer?

La situación en estos momentos es la de un planeta en crisis global: económica, política y ecológica (tanto energética como alimentaria). No son tiempos tampoco de instaurar, evidentemente, la dictadura del proletariado, tampoco tenemos referentes históricos que nos complazcan. La socialdemocracia europea fue un espejismo gracias a la cesión de un capitalismo que cedía ante el miedo al diablo bolchevique.
En este contexto ¿qué hacer? Pregunta clave de la historia política. Creo que la crisis actual puede derivar en un marco muy parecido y con los mismos protagonistas y esquemas que nos llevaron a esta situación, o, por el contrario, puede producir un cambio real donde se pongan sobre la mesa los valores éticos y se recupere el verdadero valor de la Democracia, del legado revolucionario europeo libertad, igualdad y fraternidad, la herencia marxista y la ilusión por un Mundo mejor. Y esto no es posible con el esquema actual de los partidos políticos relevantes de la izquierda europea, requiere de un nuevo planteamiento de participación real de la ciudadanía más allá de la mesa camilla en que se ha convertido hoy día la toma de decisiones en los grandes partidos, donde el militante ni si quiera es necesario para la comunicación, delegada a grandes empresas y a grandes gurús que lo mismo te venden un diputado socialista que una tarrina de mantequilla.
Al final igual, de lo que se trata es de ser demócratas, radicalmente demócratas, objetivo este que no parece tan asequible como parecería. La democracia es la única y la más legitimada forma de controlar el poder, la que nos proporciona unos derechos y la que equilibra los poderes. Es decir, al final nuestras ambiciones se limitan, y repito que no es poco, a la pretensión de compensar las injusticias del sistema. Por tanto, parece sentado que nuestro objetivo real, por más florituras que pongamos, y por más discurso que vendamos, es limar las injusticias y a hacer efectivos los controles democráticos de la mayoría sobre los poderosos.
A los elementos de justicia y democracia tendremos que añadir la eficiencia del sistema en generar una sociedad con un mayor nivel de bienestar. Y para que estos objetivos se cumplan hace falta un aparato, un mecanismo capaz de garantizar el funcionamiento del sistema: el Estado. A la derecha no le interesa el Estado, el liberalismo se encuentra más a gusto en la jungla, saltando de flor en flor, ellos con las escopetas de caza y el resto corriendo… Sin Estado no hay democracia y no hay control para las injusticias, no hay control del juego democrático, ni hay posibilidad de generar medidas compensatorias de esas igualdades sociales. A ello tenemos que añadir la característica histórica principal del nuevo siglo XXI, la progresiva Globalización territorial de cualquiera de las políticas que quieran imponer a los ciudadanos. De ahí la necesidad de una Justicia Global y de un control democrático también global.

4. ¿Cómo hacer el cambio?

Creo que los problemas globales requieren planteamientos globales e instrumentos nuevos. Hace unos días se analizaba en una tribuna de opinión el caso más cercano del socialismo francés y la pregunta era evidente ¿es el instrumento del partido lo más importante o son las ideas las que deben preservarse? Ni en España donde la transición puso a los partidos como protagonistas de un cambio histórico para el bienestar de los ciudadanos, estos son creíbles. Generalmente el ciudadano tiene la percepción de que las organizaciones políticas son necesarias para el control democrático pero son inútiles como medio para la participación pública. Y esta participación pública es precisamente el germen de la democracia tal como la pusieron en marcha las civilizaciones clásicas: las cosas se deciden por que se conocen y son debatidas públicamente. Y esto no ocurre hoy día: la elección de los responsables orgánicos o institucionales en los partidos políticos está muy lejos de ser una meritocracia y se basa en un sistema de prebendas que en algunos casos puede resultar bochornosa.
En definitiva, tendremos que reflexionar para ver qué podemos hacer a fin de que los ciudadanos sigan confiando en los valores democráticos, porque será esta la única manera de poner en evidencia las injusticias del sistema capitalista y de crear un Mundo mejor. La fortaleza de espíritu de los atenienses se basaba en la fuerza de sus convicciones. Esto no quiere decir que uno pueda parecer un ingenuo con este planteamiento, pues evidentemente la comunicación política tiene un valor primordial y la propaganda política es una acción organizada importantísima para difundir la idea, la opinión, pero basada en un mensaje sincero y real de la situación, no en un mecanismo de adoctrinamiento.
Termino ya, el problema de la comunicación que en estos días se pone sobre la mesa, existe y tiene solución, pero creo que ese no es el debate que en tiempos de crisis puede y debe generarse desde la izquierda. Lo importante ahora, a mi modo de ver, es salir de la crisis con un reforzamiento de los valores democráticos y de la confianza política. Desde una perspectiva de izquierdas se trata de la cohesión de la sociedad y la eliminación de las barreras que puedan discriminar unos ciudadanos de otros, donde los valores del trabajo estén claramente por encima de la especulación de los capitales. Hay que buscar fórmulas que permitan la participación más allá del esquema tradicional del partido. Creo que son malos tiempos para la izquierda, pero nos toca buscar soluciones y sobre todo nos toca generar ilusiones. No podemos permitir el progresivo debilitamiento de la producción de ideas políticas nuevas y su fuerte repercusión en las convicciones del ciudadano sobre un discurso político “papanata”, ya que ello terminará de generar un abismo entre el ciudadano y sus gobernantes.

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