Una caja de ahorros con exceso de riesgo en el sector inmobiliario, una inspección del Banco de España que encubre en realidad una intervención y, al final, para salvar la crisis, una serie de fusiones que evitan la catástrofe.
Aunque pueda parecer que estamos hablando del presente, este fugaz resumen sucedió hace dos décadas. Sin embargo, observar la situación del sistema financiero español puede provocar una inquietante sensación de déjà vu. La historia de los últimos 20 años de Emilio Tortosa en Bancaja, entidad en la que entró de botones cuando era todavía la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Valencia, trata precisamente de eso: del ladrillo y de las pérdidas, del Banco de España y los inspectores, de las fusiones y de los recelos entre cajas. Todo, quizá, demasiado actual para que el libro publicado por Tàndem Edicions, sea casi de lectura obligatoria para todos aquellos que están metidos en este momento en el debate sobre el futuro de las cajas de ahorros.
Emilio Tortosa, conversaciones con un directivo comprometido, es el resultado de dos años de trabajo conjunto de Tortosa con el periodista Adolf Beltran.
Emilio Tortosa, conversaciones con un directivo comprometido, es el resultado de dos años de trabajo conjunto de Tortosa con el periodista Adolf Beltran.
A lo largo de casi 300 páginas se desgrana la vida que nació en 1941 en Alzira (Valencia) y que acabó marcando el rumbo de la que se ha convertido en la tercera caja de ahorros de España. Pero los últimos años, aquellos en los que estuvo al frente de la entidad, lejos de ser placenteros, fueron todo un reto para Tortosa. Quizá el momento clave fue cuando, a finales de los setenta y ocupando un puesto en el departamento de auditoría interna de la caja, se vio implicado de lleno en una crisis que describe con claridad: "Hablamos de unos años en que la caja llegó a tener unos recursos propios de unos 9.000 millones de pesetas, sobre todo en reservas, y unos 45.000 millones de inmovilizado (terrenos y bienes inmuebles, sobre todo) adquirido y comprometido".
Ese elevado riesgo en el ladrillo llevó a intervenir al supervisor y a abrir una inspección que cambió el desarrollo futuro de la caja. El plan de desarrollo inmobiliario (PDI) que tenía entonces la entidad cambió radicalmente.
Ese elevado riesgo en el ladrillo llevó a intervenir al supervisor y a abrir una inspección que cambió el desarrollo futuro de la caja. El plan de desarrollo inmobiliario (PDI) que tenía entonces la entidad cambió radicalmente.
"El Banco de España dijo: 'De desarrollo, nada'. Y se convirtió en un plan de desinversión de inmuebles, con las mismas siglas, PDI", recuerda Tortosa. El 4 de enero de 1984 llegaron, para quedarse, los inspectores del Banco de España.
Tortosa, que como auditor interno tuvo que facilitar documentos de todo tipo a los supervisores, rememora un acontecimiento poco explicado sobre la Caja de Ahorros de Valencia. Los inspectores le llegaron a instalar "un teléfono rojo, un contacto directo. Me telefoneaban cuando querían". La necesidad de reducir riesgo y mora obligó a la caja a desprenderse de los pisos a precios de saldo. "Se vendieron mil pisos a siete millones de pesetas con plaza de garaje y financiación completa, incluidos los gastos del notario y el registro. Nos los quitaron de las manos. Tuvimos que malvenderlo todo", recuerda en el libro Tortosa.
Tortosa, que como auditor interno tuvo que facilitar documentos de todo tipo a los supervisores, rememora un acontecimiento poco explicado sobre la Caja de Ahorros de Valencia. Los inspectores le llegaron a instalar "un teléfono rojo, un contacto directo. Me telefoneaban cuando querían". La necesidad de reducir riesgo y mora obligó a la caja a desprenderse de los pisos a precios de saldo. "Se vendieron mil pisos a siete millones de pesetas con plaza de garaje y financiación completa, incluidos los gastos del notario y el registro. Nos los quitaron de las manos. Tuvimos que malvenderlo todo", recuerda en el libro Tortosa.
Toda aquella desinversión no fue, sin embargo, suficiente para que la caja solventara su grave situación. En 1988 la Caja de Ahorros de Valencia tenía que cerrar el año con unas pérdidas de 13.500 millones de pesetas. "La única posibilidad de evitarlo (...) era la jugada maestra", explica el ex director general. Esa jugada fue la fusión con Caja Segorbe. Esa operación, como ya había hecho la Caja de Pensiones con Caja Barcelona, permitía generar unas plusvalías contables que enjugaran las pérdidas. Así empezó la época de las fusiones que dio lugar a Bancaja.
La reunión de Xàbia y la apuesta por los jóvenes directivos.
Emilio Tortosa llegó a la dirección general mucho antes de ser nombrado director general. La razón es que durante años estuvo ejerciendo tareas de máxima responsabilidad en la caja. Fue en septiembre de 1989 cuando fue nombrado director general. El verano de aquel año tuvo en Xàbia (Alicante), localidad de veraneo de no pocos políticos y empresarios valencianos importantes en aquella época, el epicentro de la remodelación de la caja de ahorros. La propuesta no le llegó directamente de la cúpula. Más bien fue al contrario.
El episodio parece más aséptico narrado por el propio Tortosa de lo que realmente tiene de fondo. El directivo había optado, durante su época como director general adjunto, por crear un equipo de jóvenes ejecutivos que iban a modernizar la entidad. Fichó, no sin pocos recelos, a nombres que han sido esenciales en la historia de la caja: Fernando García Checa (que le sustituyó en la dirección general), Aurelio Izquierdo (actual director general), Jesús Sancho-Tello (actual adjunto a la dirección general del Banco de Valencia), Vicent Palacios, Salvador Carbonell y Fernando Ortega. "¿Con esos chiquitos quieres llevar la caja de ahorros?", le dijo una vez el también director general adjunto Pepe Azorín.
Ese equipo de jóvenes ejecutivos fue el que le pidió, en una calurosa tarde de viernes de agosto en el parador de turismo de Xàbia, a Tortosa que debía postularse para el puesto. Tortosa aceptó pese a que "no estaba convencido" de que le conviniera ser director general "en aquellas circunstancias". "Me pareció razonable, ya que aquel verano nos habíamos reunido como una especie de comité de dirección y aquello era la gloria", explica en el libro Tortosa.
"Una vez llegados al apartamento, pedí a Simó Nogués José María Simó Nogués, presidente de la caja entonces hablar un momento aparte. "No te diré que soy el mejor, pero conozco la organización y a las personas".
Tortosa logró la confianza del consejo de administración y de los políticos socialistas que entonces gobernaban la Generalitat Valenciana. Y es que la política y las cajas también llevan años conviviendo, no sin riesgos.
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